Hoy me levanto y me muero de ganas
de comerme el mundo, de salir a la calle sin maquillaje y con una coleta, un
chándal. Quiero salir a la calle y que la gente me mire, pero simplemente por
ser una persona que escapa a los prototipos de la gente actual, que me da igual
mi cara de dormida, mis pelos de loca o no ir ajustadita e los pantalones más
molones que haya en Pull&Bear.
Hoy quiero salir y comerme el
mundo sola, con mi fuerza, con mi sonrisa cercada por un hierro y gomas de
colores sin vergüenza, enseñar mis piernas con un vestido bonito cuando salgo
de fiesta y beberme hasta las copas de los árboles mientras bailo sin parar
cada una de las canciones que sale de los altavoces del local.
Siento la irremediable necesidad
de enfrentarme al mundo sin vuelta atrás, ir al médico en chándal, a misa en
tacones y de fiesta disfraza de vagabunda; necesito decir las cosas como las
pienso sin pararme a pensar en cómo le sentará a una persona acostumbrada a
escuchar palabras bonitas y a los postureos de la sociedad. Todos y cada uno de
nosotros presumimos de forma de ser, de que nos gusta ser sinceros, tener
personalidad y carácter propio, pero ahora párate, piensa: ¿Cuántas veces has
cambiado algo por el que puedan hablar? Cuantas veces no te compraste un
vestido que te encantaba porque “no va con mi rollo” y lo que en realidad
pasaba es que tenías miedo que alguien te juzgase mal, cuantas veces no le
dijiste a alguien lo primero que se te pasa por la cabeza porque “pobre” pero
después si que lo comentaste con una tercera.
Somos así, todos presumimos de la
necesidad a la verdad, pero nadie la dice nunca.
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