jueves, 26 de noviembre de 2015

Yo. Día tres del despertar.

Hoy me levanto y me muero de ganas de comerme el mundo, de salir a la calle sin maquillaje y con una coleta, un chándal. Quiero salir a la calle y que la gente me mire, pero simplemente por ser una persona que escapa a los prototipos de la gente actual, que me da igual mi cara de dormida, mis pelos de loca o no ir ajustadita e los pantalones más molones que haya en Pull&Bear.
Hoy quiero salir y comerme el mundo sola, con mi fuerza, con mi sonrisa cercada por un hierro y gomas de colores sin vergüenza, enseñar mis piernas con un vestido bonito cuando salgo de fiesta y beberme hasta las copas de los árboles mientras bailo sin parar cada una de las canciones que sale de los altavoces del local.
Siento la irremediable necesidad de enfrentarme al mundo sin vuelta atrás, ir al médico en chándal, a misa en tacones y de fiesta disfraza de vagabunda; necesito decir las cosas como las pienso sin pararme a pensar en cómo le sentará a una persona acostumbrada a escuchar palabras bonitas y a los postureos de la sociedad. Todos y cada uno de nosotros presumimos de forma de ser, de que nos gusta ser sinceros, tener personalidad y carácter propio, pero ahora párate, piensa: ¿Cuántas veces has cambiado algo por el que puedan hablar? Cuantas veces no te compraste un vestido que te encantaba porque “no va con mi rollo” y lo que en realidad pasaba es que tenías miedo que alguien te juzgase mal, cuantas veces no le dijiste a alguien lo primero que se te pasa por la cabeza porque “pobre” pero después si que lo comentaste con una tercera.

Somos así, todos presumimos de la necesidad a la verdad, pero nadie la dice nunca.