sábado, 9 de junio de 2012

Solía tener miedo.

 Desde el día que entraste por la puerta, mis ojos se clavaron en el brillo de los tuyos. Tú no lo sabes, pero en ese momento mi mente se centro en ti, fue como un eclipse lunar en pleno agosto de Sevilla. 
 Te sentaste a mi lado, y mi corazón, latía tan fuerte que pensé que llegarías a escucharlo. Pero eso, no pasó. Me convertí en un puñado de nervios absurdos, sabía que eras el chico de mi vida, con tu pelito largo, tu polito y ese jersey azul que nunca te quitas de encima.
 Ahora al recordarlo me doy cuenta de que nunca tuve que dejarte marchar, de que el roce de otras manos no hace que se me ponga la piel de gallina, ni que nadie me prepara leche cada mañana y me la trae a la cama después de una noche larga durmiendo abrazados.. Más bien ya nadie me abraza mientras duermo desde que no estás. 
 Ni tampoco me encuentro al llegar cada sábado por la mañana a casa una rosa sobre mi cama, acompañada de una tarjeta escrita en letra cursiva, y con la frase más sencilla y concisa del mundo: te quiero. Todos los hombres creen que estoy loca cuando propongo uno de los planes absurdos que se me ocurrían con frecuencia, de esos que después nos reíamos durante días después.
 Me había acostumbrado a ti, a tus susurros, a tus besos, a tus caricias. ¿Recuerdas que solía tener miedo por casi todo? Por si algún día te ibas con una mas guapa, más lista o simplemente con más dinero que yo. También cabía la posibilidad de encontrar un monstruo bajo mi cama, hasta que tu te metías en ella, a mi lado. ¿Recuerdas como me reía cada vez que llegabas al galope como un príncipe rescatando a su princesa para matar a la gran bestia que me retenía? Sí, maravillosas arañas.
 Lo admito era una miedosa, pero solo porque te tenía a ti para que me defendieses.. Desde que no estas, desde que te fuiste de mi lado, no tengo miedo a nada, porque nada me puede hacer más daño que tu ausencia.
Ahora lo sé: Puedo vivir sin ti, pero mejor contigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario